¿Acaso no matan a los caballos?
—Siempre
mañana –dijo ella–. La gran oportunidad siempre es mañana.
La novela de Horace McCoy, es una devastadora historia
dentro del género novela negra, una historia escrita con las tripas. Los protagonistas de nuestra aventura escénica son como caballos, esta historia es de terror, de terror social, porque todo lo que se cuenta ocurrió en la realidad y todo lo que se cuenta, además, es una pesadilla.
Las normas son sencillas
y la recompensa interesante: sólo hay que bailar, permanecer de pie moviéndose
durante días, semanas, meses, antes de caer extenuado, a cambio de comida,
comida asegurada durante todos esos días, mientras multitud de personas asisten
previo pago al estupendo espectáculo de decenas de parejas moviéndose al ritmo
de la música, exhaustas, desesperadas. El premio son mil dólares, a repartir
entre la pareja, parejas recién conocidas, unidas tan sólo por la necesidad del
dinero, por comer todos los días caliente.
Es como una gran
familia el equipo de bailarines. No paran de moverse mientras suena un
estruendo en los altavoces, la música quizás demasiado alta, aunque llega un
momento en que ya no la oyes, todas tus fuerzas las inviertes en mantenerte de
pie, tranquilo porque más allá de la pista hay enfermeras y médicos que te
pueden ayudar en un momento de debilidad.
El secreto para ganar
el concurso es saber perfeccionar el sistema para los diez minutos de descanso
que dan entre baile y baile: aprender a comer un bocadillo mientras te afeitas,
leer el periódico en pleno baile, dormir en el hombro de la pareja mientras las
piernas se mueven solas. Todo es cuestión de práctica, y tiempo tienen por
delante: las próximas semanas los participantes las pasarán dentro de unos
cuantos metros cuadrados, jaleados por un público entusiasta que los puede
patrocinar, porque ya se sabe que el roce hace el cariño, y algunas damas solas
encuentran en las parejas de bailarines unos viejos amigos con los que poder
conversar sólo a cambio de unas pocas monedas.
Aunque no siempre el
espectáculo es lo suficientemente excitante y hay que crear nuevas ideas para
que el público se acerque a la sala: una carrera, una simple carrera de quince
minutos alrededor de la pista, ellos haciendo marcha atlética, ellas agarradas
a sus cinturas mediante unas anillas, andando o corriendo; lo importante es no
quedar el último, porque la última pareja será expulsada del maratón, perderá
los soñados mil dólares.
Todo lo que se cuenta
no está muy lejos del mundo de Kafka:
docenas de parejas bailando en una pista cerrada, dirigiéndose a ninguna parte,
cayendo extenuados, durmiendo durante diez escasos minutos para seguir con su
lucha por la vida. No hay nada que no sea verdad, pero tampoco hay nada que no
sea terrorífico. Todo lo que sucede va en un crescendo porque las fuerzas cada
vez flaquean más, no sólo las físicas después de más de 36 días moviéndose
absurdamente en una pista, sino también las psicológicas, porque hay un momento
en que ya no se puede aguantar más, en que se piensa que después de dar tantas
vueltas para nada, para acaso ser expulsado por perder una de las siniestras
carreras que se celebran todos los días para regocijo del público, después de
moverse y moverse hacia ningún sitio, después ¿qué?.
Hay que apunta que
esta historia, fue muy apreciada por los existencialistas, porque reproduce con
una fidelidad escalofriante el angustioso mito de Sísifo.
Bailar y bailar, acaso para nada, un día detrás de otro, para después de bailar,
cuando el maratón se acabe, seguir dando vueltas por la vida para encontrar no
se sabe qué, porque no hay oportunidades para nada. La única esperanza tal vez
se encuentre en una bala que acabe con tanta desesperación, y un amigo que sepa
comprender tanta angustia. Las leyes de los hombres, esas antiguallas que nada
tienen que ver con la realidad, nunca sabrán comprender lo que es el mayor acto
de compasión que una persona pueda sentir por otra, un puro acto de amor en
mitad de la más infecta miseria social.
They
Shoot Horses, Don’t They?
(publicada originalmente en 1935 y que en España conocemos por la aún vigente
traducción de Josep Rovira Sánchez, es la historia de Robert y Gloria, dos
chicos que se conocen por casualidad en Los Ángeles, adonde ambos han ido para
intentar trabajar en el cine. Por supuesto, no han tenido suerte (los
personajes de estas historias nunca la tienen) y sobreviven a salto de mata,
con más hambre que ilusión y más agotamiento que esperanza.
Gloria
ha oído hablar de un concurso de resistencia de baile: el premio son mil
dólares, pero, lo que más les atrae es la perspectiva de comer gratis mientras
dure el concurso y la remota posibilidad de que algún productor los descubra.
Por
supuesto, la realidad es más dura. En pocas páginas, ambos personajes, junto
con otros concursantes, van a iniciar un descenso al infierno: deben bailar sin
cesar, duermen sin dormir más de quince minutos seguidos, comiendo sin dejar de
moverse, enfrentándose a pruebas sorpresa brutales para satisfacer a un público
ávido de asistir al espectáculo del dolor ajeno para olvidar el propio.
La
estructura de nuestra historia es una sentencia dictada contra Robert, a lo
largo de la cual una analepsis (esto es, un flash-back)
nos mostrará cómo ha llegado hasta ahí, cómo vivió esos días junto a Gloria,
esa muchacha que, antes de conocerle, ya había renunciado a la esperanza, pero
también a la hipocresía.
Nuestra
historia es dura, lacerante, contada de manera muy concisa y rápida se inserta
perfectamente en la cultura de la sospecha y en la más genuina crítica a la
sociedad capitalista: esos bailarines forman parte de una metáfora de un
sistema que cosifica a los seres humanos, despojándoles de lo mejor que pueden
dar como personas y apelando a sus más bajas pasiones.
Este
concurso de resistencia de baile es ficción, pero está inspirado en algunos que
fueron muy populares durante la Gran Depresión. Tras la muerte de un
concursante en plena pista de baile, la presión de las ligas reformistas
(también duramente criticadas por McCoy) haría que las autoridades acabaran
prohibiéndolas.
Nuestra
adaptación teatral está basada en la novela “They
Shoot Horses, Don’t They?” de Horace McCoy nació en 1897 y,
como muchos grandes de la novela negra de esa época, ejerció diversos oficios:
vendedor de periódicos, aviador, cronista deportivo y guionista de cine.
Comenzó a escribir novelas pulp
en los años veinte, y aparte de esta, es muy de destacar Los sudarios no tienen bolsillos.
La
versión cinematográfica de esta novela la firmó Sidney Pollack en 1969 con un
reparto encabezado por Jane Fonda, Michael Sarrazin y Susannah York, en el cual
había grandes secundarios del cine norteamericano, como Gig Young, que obtuvo
el Oscar por su interpretación de Rocky, el maestro de ceremonias. La cinta,
que compartía título con la novela, fue llamada en España "Danzad, danzad
malditos" y aunque modifica algunos detalles del argumento, capta
perfectamente el espíritu y el mensaje de esta novela que no puede faltar en
ninguna buena biblioteca, una joya breve, lacerante e inolvidable.
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